miércoles, 11 de junio de 2008

¿DE QUÉ TIPO DE DOCENCIA HABLAMOS, CUÁNDO HABLAMOS DE DOCENCIA?

AMANERA DE INTRODUCCIÓN.
No cabe la menor duda que los seres humanos tenemos la tendencia a generalizar cualquier fenómeno que se nos presenta a nuestra percepción. Por ejemplo, si una persona de una institución determinada comete una falta; la gente no juzga a la persona que cometió la falta sino que se refiere a la institución en general. Sin embargo, las generalizaciones son peligrosas ya que nos muestran una realidad caótica, abstracta y muchas veces confusa e imposible de comprender. Por eso en este documento me propongo examinar a las dos concepciones pedagógicas básicas en las que se enmarca cualquier tipo de práctica educativa. La pedagogía neoliberal sustentada en la concepción funcionalista y la pedagogía crítica liberadora desarrollada por el Pedagogo Brasileño Paulo Freire y sus continuadores.
TIPOS DE DOCENCIA.
Hoy en día, se tiende a hablar de la docencia en general pero muy poco o nada se habla de tipos de docencia orientada bajo la concepción pedagógica positivista y la docencia desde la pedagogía crítica.
La práctica pedagógica ejercida desde hace muchos años nos demuestra que históricamente se han enfrentado las dos prácticas pedagógicas mencionadas. Aun que en la diversidad educativa puedan aparecer otras pero que en esencia son expresión de las mismas.
Pero el problema quizás no radique en su diferenciación sino más bien en los resultados que de cada una se obtienen.
Por ejemplo, una pedagógica organizada desde la concepción pedagógica positivista da como resultados profesionales sumisos, obedientes, acriticos e indiferentes ante los problemas sociales del país. Estudiantes que vienen a la Universidad a ganarse un título en determinada carrera sin que ellos o ellas hayan tomado conciencia de su misma situación en el entramado social.
Bajo esta concepción pedagógica positivista se orientan también las carreras técnicas en la Universidad; de modo que a los estudiantes se les lleva a que hagan énfasis únicamente en los aspectos técnicos, abandonando la formación científica y la calidad humana que debe ser parte esencial de todo profesional universitario. Lamentablemente hay docentes que por ignorancia o por falta de formación pedagógica les inculca a los estudiantes que las ciencias sociales y humanas no sirven para nada; asumiendo ingenuamente las posiciones de la pedagogía y didáctica neoliberal actual.
Pero además, en el contexto de esta docencia y organizada bajo los fundamentos de la pedagogía positivista la misión del docente es la de domesticar a los alumnos y alumnas, (aunque esté consciente o no) es decir, hacerlos personas dóciles para que se sometan a la autoridad patriarcal de la sociedad e institución. En consecuencia, el docente crea una relación de dominador – dominado en la que el docente es el único que toma las decisiones. Por esa razón en nuestro sistema educativo independientemente el nivel, se premia al docente que es “yuca” porque es el que más aplaza y como ese es el criterio para evaluar al docente, lo demás sale sobrando ya que no interesa la formación humana.
Sin embargo, valga la aclaración de que el docente del que se está hablando no es que sea el mejor sino el que mejor en caja con el modelo tradicional de educación. De igual manera, hay que destacar también que para esta concepción pedagógica éste es el mejor docente no sólo porque aplaza sin ninguna consideración sino porque es el que mejor reproduce la ideología y el poder político dominante.
El eje central de la docencia basada en la pedagogía positivista estriba sobre todo en la memorización de aspectos aislados del contenido ya que su meta es la repetición mecánica, lineal, pues no interesa que los alumnos y alumnas comprendan las relaciones causales de los fenómenos.
Otro elemento digno de mencionar en esta concepción pedagógica es la evaluación, la cual se torna factor de discriminación y de castigo, pues quien se esfuerce en memorizar la lección que el profesor dejó es el que obtendrá la mejor calificación. No obstante, en muchas ocasiones las calificaciones son demasiadas subjetivas y no reflejan en ningún momento el nivel de aprendizaje de los educandos. Este tipo de docencia es castradora, mutiladora y libresca lo cual conduce al uso y abuso de la medición.
No obstante, detrás de toda esa problemática se esconde una concepción anacrónica y política de la educación y de la evaluación; que es necesario superarla en el menor tiempo posible. Porque por muy critica que pretendamos hacer muchas veces la clase, por muy excelente discurso del profesor y por muy profundo que sea su análisis no pasará de ser un discurso para la dominación y alienación de los educandos. Pues educar es muy diferente a informar, a transmitir conocimientos; educar es desarrollar potencialidades que vienen con el sujeto no es llenarlo de información para que la repita, educar es mostrarle un camino lógico, racional basado en la ciencia y la experiencia.
Por esa razón la evaluación debe de ir en busca de explorar lo más que se pueda esa capacidad de raciocinio que es connatural de los hombres. De allí que los instrumentos de que hagamos uso para evaluar a los educandos no deben ser los más fáciles de calificar (pruebas objetivas) sino aquellos que nos permitan a ciencia cierta verificar que el alumno o la alumna ha comprendido.
Por otro lado, la educación al igual que la evaluación tiene que estar arraigada en una concepción del hombre, del mundo, de la sociedad y de la vida, pues sólo así podemos caminar con paso firme hacia el perfil de hombre que deseamos formar, para qué sociedad, que tipo de valores debemos inculcar para superar el hombre alienado y confundido que hoy se tiene. Un hombre que supere la tentación del consumismo y se ajuste a vivir una vida con dignidad, es decir, que viva la vida como hombre.
En este sentido la Universidad debe abandonar la concepción estrecha y alienante de la educación como de evaluación, pues en la medida en que nos mantengamos sobre la base de la concepción pragmática utilitaria de la evaluación y educación en esa misma medida nos volvemos cómplices por mantener las estructuras de dominación injustas.
Para nadie es un secreto que el aprendizaje en la Universidad es un proceso de repetición constante de conceptos, teorías que están plasmados en los libros, que por lo visto han sido el resultado de investigaciones en otros contextos, por lo tanto, los exámenes se concretarán a repetir lo estudiado. De ahí que el único incentivo que tiene el educando es memorizar y vomitar una gran cantidad de datos que fueron entregados por algún sesudo docente.
Es obvio que a lo largo de la historia de la educación se ha desarrollado una práctica pedagógica enciclopedista basada si se quiere en el modelo napoleónico. Sin embargo, el reto que ahora se tiene dadas las condiciones de desarrollo científico, técnico es que no se puede ni se debe continuar con dicho paradigma. De ahí que la práctica pedagógica debe ser aquella que esté a la altura de nuestros tiempos o como lo destaca Ernesto E. Hashimoto Moncayo en su libro leyes pedagógicas:
Lo importante al leer no es lo que nosotros pensemos del texto, sino lo que desde el texto o contra el texto o a partir del texto podamos pensar de nosotros mismos. Si no es así no hay lectura. Sí lo importante fuera lo que nosotros entendemos, habría erudición, historicismo, tendríamos al final un texto esclarecido. Pero a nosotros como personas, en nuestra vida, en nuestra existencia, en nuestra naturaleza humana profunda no nos habría pasado nada. Y de lo que se trata al leer, es que a uno le pase algo. Es decir, la lectura como producción de sentido.[1]

Con la cita anterior lo que se trata de destacar es que bajo la concepción positivista de la educación hasta el acto de leer es enciclopédico, mecánico y repetitivo pero sobre aspectos aíslalos de la realidad. Pero lo más importante es que la lectura o el estudio de un texto nos deje algo que nos permita sufrir un cambio conductual en nuestra concepción del mundo.
Otra cosa muy distinta es orientar nuestra práctica docente desde la perspectiva de una pedagogía crítica, en la que el fin último es formar un profesional contestatario, critico, que sepa fundamentar sus ideas, sus pensamientos, que no repita frases ya hechas por otros. La docencia desde la pedagogía crítica busca que el profesional adquiera un marco de valores morales y éticos para que los ponga en práctica en el ejercicio de su profesión. La pedagogía critica además, brinda a los docentes “las bases teóricas, filosóficas y metodológicas para organizar e instrumentar de mejor manera los procesos de formación académica”[2]
Uno de los principios básicos que debe imperar según Paulo Freire en el docente es la humildad, es decir, reconocer que “nadie lo sabe todo, pero que nadie ignora todo. . . sin humildad, difícilmente escucharemos a alguien al que consideramos demasiado alejado de nuestro nivel de competencia”[3]. La pedagogía critica trata de superar la soberbia, la intolerancia y enseña a que los profesionales como a los docentes sean tolerantes y accesibles con los alumnos sin caer desde luego en el hacer y dejar pasar. La docencia entendida desde la pedagogía crítica trata que entre docente y alumnos haya relaciones de fraternidad mutua; pues sólo en un clima de comprensión y entendimiento se puede formar al profesional que la sociedad del futuro necesita para su desarrollo.
De igual manera, la evaluación desarrollada bajo la pedagogía crítica hace énfasis sobre todo en desarrollar la capacidad creadora de los alumnos, llevarlos de la mano para que ellos se conviertan en constructores de su propio aprendizaje, que desarrollen la capacidad lógica e investigadora. De allí que si bien se evalúa con mucho rigor científico, pero esta evaluación toma en cuenta el proceso que el alumno o alumna ha realizado y no únicamente la respuesta. Pero tampoco está vedado para el docente emplear la evaluación cuantitativa, pues no se trata de rechazar las bondades que pueda tener sino evitar en lo posible caer en la fiebre de la cuantificación.
Como se puede apreciar en los dos planteamientos anteriores hay una concepción política e ideológica la cual orienta el proceso de enseñanza aprendizaje. En consecuencia, cualquier docente que asuma la tarea de enseñar debe responder ineludiblemente a las siguientes interrogantes:
¿A favor de quién educo? ¿A favor de la justicia? ¿A Quién beneficia mi labor docente? ¿Alos pobres? ¿A los ricos? ¿A la trasformación de la sociedad? ¿Es neutral mi práctica pedagógica? ¿Cuál es el proyecto de Sociedad que defiendo? ¿Por qué es necesario aclarar estas interrogantes?
En primer lugar porque cuando asumimos la tarea de educar lo hacemos desde una concepción del mundo y la concepción que asumimos no es neutral ni apolítica, se educa para algo, para un proyecto, para una clase social en particular no hacemos docencia en el vacío; todos los docentes o al menos los que estamos involucrados en la enseñanza tenemos una ideología que expresa de una manera u otra los intereses de una clase en particular. Nuestra practica pedagógica quiérase o no, seamos conscientes o no de ello, siempre que como docentes analizamos la realidad lo hacemos desde una determinada concepción del mundo, la cual está impregnada de nuestros valores, creencias, cultura, aspiraciones, motivaciones y los intereses que defendemos; por eso resulta hasta cierto punto de vista hipócrita aquellos docentes que se jactan de ser neutrales y apolíticos, pues su misma actitud ya es política y por lo tanto, no es neutral.
Como es posible que en pleno siglo XXI, todavía sigamos algunos profesionales sosteniendo la teoría de la neutralidad; sí en la realidad social no hay nada que sea neutral, mucho menos la docencia o como lo expresaba el padre jesuita Segundo Montes “sí nada en la sociedad y en la vida es neutral sino que es político la ciencia no puede dejar de serlo[4]”. Sí la docencia nos lleva a explicar al educando la realidad económica, política y social; para que él la comprenda y coadyuve a transformarla, mi acto educativo como docente es político; pero por el contrario trato de ocultar la realidad o presentándosela camuflada para mediatizar su comprensión también es un acto político y por lo tanto, no es neutral. Por eso tiene razón Francisco Gutiérrez[5] cuando afirma que no hay práctica educativa neutra ni práctica política por ella misma. De ahí que el educador se tenga que preguntar a favor de qué y de quién se halla al servicio; por consiguiente, contra qué y contra quién luchar en su posibilidad de lucha dentro del proceso de su práctica. En este mismo orden de ideas Girardi[6], citado por Gutiérrez, sostiene que los educadores que no hacen política de hecho practican la política de la sumisión del más fuerte. Su neutralidad es lo que los convierte en instrumentos fácilmente manejados por los que detentan el poder político. No es cierto, por tanto, que su actividad pedagógica se agote en sí misma por más aséptica que se le crea. Sin embargo, una docencia de este tipo no ayuda en nada a desarrollar el pensamiento crítico del estudiante y lo único que logra es continuar reproduciendo la estructura de dominación de una clase sobre la otra. Pero lo que el docente consecuente no debe perder de vista es que la educación es parte del aparato ideológico del sistema, cuyo principal objetivo es mantener la ignorancia, por eso castiga el conocimiento crítico y la capacidad del alumno para relacionar hechos, empero, premia la docilidad, la obediencia del alumno. Cuando el alumno o alumna acepta esta proposición da inicio el proceso de “amansamiento” y con ello la aceptación de la verdad oficial a cualquier precio. Afortunadamente no todos los alumnos aceptan de manera acritica la pedagogía de la mentira, cuando en el fondo de su conciencia son conscientes de este adoctrinamiento al que muchas veces la Universidad trata de someterlos. Pero como expresa Paulo Freire, en la Pedagogía de la Autonomía “desde el punto de vista de tal ideología, sólo hay una salida para la practica educativa: adaptar al educando a esta realidad que no puede ser alterada. Lo que se necesita, por eso mismo, es el adiestramiento técnico indispensable para la adaptación del educando, para su sobrevivencia. No obstante, esta ideología nos niega y humilla como gente. . . pero también señala Freire que divinizar o satanizar la tecnología o la ciencia es una forma altamente negativa y peligrosa de pensar errado”[7] .
Lo que se ha querido expresar en este documento es que cuando hablemos de docencia y sobre todo cuando se habla de calidad de la docencia sepamos de qué docencia estamos hablando ya que en las generalizaciones está la confusión y esto trae como consecuencia la marginación de aquella docencia que se realiza con fines progresista; pero que no está en correspondencia con el proyecto de globalización neoliberal.

[1] Ernesto Hashimoto Moncayo. Leyes pedagógicas o errores pedagógicos?. P. 4
[2] Raúl Rojas Soriano y Amparo Ruiz del Castillo. Investigación – acción en el aula. p. 17.
[3] Paulo Freire. Cartas a quien pretenda enseñar. p. 60.
[4] Segundo Montes. Sociología General. p. 34
[5] Francisco Gutierrez. Educación como praxis política. P. 7.
[6] Girardi citado por Francisco Gutierrez en la Educación como praxis política. p. 54
[7] Paulo Freire. Pedagogía de la autonomía. P. 35

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